Aunque muchas personas podrían desmayarse o marearse por la impresión de ver a alguien herido y cubierto de sangre, se dice que existe un problema mayor cuando el miedo a la sangre es irracional y constante. Entonces, podríamos estar en presencia de una fobia denominada hemofobia.
Tal vez haya escuchado del caso de algún alumno de medicina que renunció a la carrera tras presenciar una intervención quirúrgica y desplomarse de pavor al suelo. Este miedo extremo a heridas abiertas y a ver fluir la sangre, es lo que llaman hemofobia, aunque también se le conoce como hemafobia o hematofobia.
Los que sufren de hemofobia evaden a toda costa aquellos objetos que puedan ocasionarle heridas cortantes como los cuchillos, agujas, alfileres o jeringas, por lo que el trastorno puede ir acompañado de otra fobia relacionada como lo es la blenofobia (fobia a objetos punzopenetrantes).
Síntomas de la hemofobia
Al igual que con otras fobias, los síntomas suelen ser ansiedad, taquicardia, temblor, náuseas, sudoración, temblores y escalofríos. Esto conlleva a una baja de la presión arterial, que se vayan los colores del rostro y a un inminente desmayo o pérdida de la conciencia. Esta última reacción es menos frecuente en otros tipos de fobia.
Quienes padecen de hemofobia generalmente temen no solo a su propia sangre, sino a la de otras personas e incluso algunos pueden tener un ataque de pánico al ver a un animal sangrar, por ello evitan someterse a situaciones en las que tengan que ver sangre, lo que podría poner en riesgo su salud.
Este terror o miedo irracional suele desatarse no solo al estar en contacto directo con un hecho de sangre, sino también al ver una película o imágenes en una revista. La ansiedad es tal, que incluso imaginar heridas podría desencadenar el malestar. Por ejemplo, los hemofóbicos no soportan pensar en que se les pueda sacar la sangre, por lo que solo mirar los anuncios de una campaña para donarla, les generaría incomodidad.
Salud en juego
No solo el hecho de padecer el trastorno mental y las sensaciones físicas que les genera la hemofobia son dañinos para el individuo que la padece, sino que hasta su salud y la de otros podría verse comprometida.
Es sabido que los exámenes de sangre son la técnica más usada y simple para diagnosticar enfermedades, pero si una persona padece de hemofobia no querrá acudir al laboratorio para que le tomen las muestras, por lo que si llegan a sufrir de una patología, suelen hallarla muy tarde. Igualmente, ir a la consulta médica o visitar un hospital no está en los planes de los hemofóbicos.
Otra situación peligrosa es que no pueden ayudar a otros. Si por ejemplo van con su hijo caminando por el parque y el pequeño tropieza y se clava un vidrio en una rodilla, se quedarán paralizados, no podrán avisar a un médico, llevarlo al hospital o prestarle primeros auxilios por el miedo incontrolable que sufrirán al ver la herida.
El origen del temor
Como pasa con otras fobias, el miedo a la sangre pudo generarse tras vivir una experiencia negativa o traumática durante la niñez o la adolescencia, como un procedimiento médico, inyección, transfusión de sangre, accidente o similares. Pero, al parecer no es la causa exclusiva.
Estudios indican que un 60 % de las personas que sufren hemofobia tienen algún familiar que también ha sufrido esta fobia, por lo cual se intuye que el trastorno tendría una carga genética importante, es decir puede ser hereditario. Sin embargo, hay psicólogos que lo atribuyen a la capacidad del niño para modelar este miedo de la ansiedad de los padres u otros parientes.
Hay otros investigadores que afirman que la hemofobia es un proceso genético en el que la persona, al ver sangre, se desmaya y pasa por muerto, con lo que se libra de luchar y posiblemente morir. Por ello, otra fobia que suelen desarrollar los hemofóbicos es el miedo a la muerte o tanatofobia.
Cómo superar la hemofobia
Como en otros trastornos similares, hay tres tratamientos básicos para superar la hemofobia: la terapia cognitivo-conductual, la desensibilización y el uso de medicamentos para ayudar con la ansiedad y el malestar.
Una consecuencia inmediata de la hemofobia es la depresión o la ansiedad. Un profesional de la salud mental es el más indicado para ayudar a encontrar una solución al problema.
Generalmente, bajo la supervisión del profesional o especialista se animará a quienes sufren esta fobia, a exponerse gradualmente a ciertos eventos o deportes donde la sangre puede estar presente. Esto puede ayudar lentamente a que acepten sus miedos.
Son múltiples los beneficios de las terapias de comportamiento cognitivo, así como de la hipnosis y el hablar con otros del problema (a través de grupos de apoyo) para que el paciente lleve una vida normal.
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