Sin importar la edad, definitivamente no se puede llevar una vida sana si se carece de higiene. Eso incluye el aseo de la casa, el lavado de la ropa, el cepillado de los dientes, el aspirado del coche, pero sobre todo la limpieza de nuestro propio cuerpo.
Bañarse es uno de esos hábitos que no se deberían eludir. Se puede evitar un dulce, una caminata o un viaje, pero nunca una buena ducha. La salud depende de ella y de su poder para eliminar gérmenes, suprimir las células muertas, estimular las defensas, tonificar los músculos, acelerar el metabolismo, activar la circulación y promover otros beneficios que, sin duda, redundan en bienestar y calidad de vida.
Para aprovechar al máximo sus bondades, el baño debería convertirse en una experiencia agradable. Buenos productos, el lugar adecuado, la temperatura correcta y las zonas más necesitadas (genitales, axilas, manos, pies y cara). Efectivamente muchos lo disfrutan, pero otros se aterran con la simple idea de saberse “acariciados” por unas cuantas gotas de agua.
Ese extraño miedo a bañarse o a lavarse se conoce como Ablutofobia, y se presenta con mayor frecuencia entre niños y mujeres. Las consecuencias van más allá de la estética. La posibilidad de contraer enfermedades se incrementa y las relaciones interpersonales se ven afectadas por el descuido y desaseo de quienes deciden prescindir del baño. La suciedad se torna evidente y los malos olores se diseminan por el ambiente. ¿Y a quién le gusta abrazar o besar a una persona con exceso de grasa en el cabello o con aromas desagradables en sus axilas? Creo que pocos se anotarían en esa lista.
Síntomas DE LA ABLUTOFOBIA
Hasta este punto, puede que cueste entender la existencia de este trastorno, pero es cierto y, al igual que muchos otros, la ablutofobia tiende a provocar náuseas, ansiedad, ataques de pánico, sudoración, mareos, taquicardias, enrojecimiento, fatiga, dificultad para respirar, descontrol de la presión arterial y fuertes choques emocionales, producto de las críticas y burlas de las que constantemente suelen ser víctimas.
En el caso de los niños, los efectos pueden agravarse si llegan a asociar el baño con una sensación de infelicidad, angustia, maltrato u opresión, por lo que resulta sumamente importante vigilar cada detalle del diagnóstico y posteriormente tratamiento de su ablutofobia.
Vuelven a aparecer los traumas
Si de pequeño tu padre te obligó a bañarte en la playa, en la piscina o en la bañera y casi te ahogas, es posible que desarrolles ablutofobia.
Si tu madre te correteaba por toda la casa con el cinto en la mano, y te metía a la ducha con unas duras nalgadas, es probable que desarrolles ablutofobia.
Si presenciaste alguna vez un accidente, catástrofe o fenómeno natural vinculado con el agua, es factible que desarrolles ablutofobia.
Si durante toda tu vida has estado expuesto a estímulos indirectos como fotos, vídeos, programas de televisión, películas o conversaciones traumáticas sobre el agua, y no lograste canalizar el estrés o impacto que te producían, es de esperarse que desarrolles ablutofobia.
Si un amigo o familiar cercano logró aterrarte con sus relatos y malos modos relacionados con el agua, puede que despierte en ti una predisposición que, tarde o temprano, podría desarrollar ablutofobia.
Como ves, las experiencias post traumáticas tienen mucho que ver en esto, pero también inciden la personalidad, los factores externos y la manera en la que se adopte el hábito del baño en el núcleo familiar. Si tus papás o abuelos, como referencias directas, no adoptaron la ducha como costumbre saludable, o sencillamente abusaron de ella con sobreexposiciones, productos abrasivos o altas y bajas temperaturas, quizás llegues a desarrollar ablutofobia.
tratamiento de la ablutofobia
Para contrarrestar los efectos de la ablutofobia, es vital partir de la causa del problema, especialmente si se detecta durante la infancia. Con los niños el tratamiento debe ser mucho más dócil, aún cuando no exista un diagnóstico comprobado de la patología. En ocasiones es normal que les desagrade el baño, pero es responsabilidad de los padres o adultos detectar la presencia de una posible fobia.
Ni en este, ni en ningún caso, están permitidos los agravios para intentar corregir lo que en principio pudiera confundirse con el reforzamiento de un mal hábito. Al contrario, se deben volcar los esfuerzos en hacer del baño una actividad divertida, en desviar la atención del menor de esas cosas que le generan pánico, y en enseñarle la importancia del aseo diario. Si nada de eso funciona, se debe buscar la ayuda de un especialista.
Las personas con ablutofobia suelen ser sometidas a terapias de hipnosis, psicoterapia y desensibilización, entre otras. En ocasiones y dependiendo de la complejidad del caso, se amerita emplear medicinas y técnicas de relajación, a fin de lograr que el paciente aprenda a controlarse y a enfrentar sus temores.
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