El hígado es uno de los órganos más importantes del cuerpo por su actividad metabólica. Tiene funciones destacadas como la síntesis de proteínas plasmáticas, desintoxicación, almacenaje de vitaminas, y glucógeno y secreción de bilis. También es el encargado de eliminar de la sangre sustancias que puedan resultar nocivas. Cuando sufre una lesión trata de repararse a sí mismo. En el proceso, se forma tejido cicatricial que sustituye al sano y evita que el hígado funcione correctamente. La cirrosis hepática, es justamente la cicatrización del hígado causada por el daño continuo de esta víscera a largo plazo.
La cirrosis hepática es una enfermedad crónica e irreversible que origina fibrosis y nódulos entre las células del hígado, lo que provoca cambios en su estructura y en sus funciones, ya que se bloquea la circulación de la sangre.
Causas de la Cirrosis hepática
Existen varios factores que desencadenan una cirrosis hepática, pero el más común es el alcoholismo crónico. Ingerir alcohol en exceso puede hacer que el hígado se inflame, lo que con el tiempo puede conducir al desarrollo de la patología descrita.
La hepatitis viral crónica también origina cirrosis hepática. A los pacientes con hepatitis C se les hincha el hígado y con el paso del tiempo esa inflamación conduce a la patología. Se estima que una de cada cuatro personas con hepatitis C crónica sufre el trastorno. La hepatitis B y la hepatitis crónica D también pueden ocasionarla.
Otra causa de cirrosis hepática es el hígado graso no alcohólico. Esto ocurre cuando los lípidos se acumulan en el hígado (y no se consume alcohol) lo que provoca que el órgano aumente su tamaño. Los individuos con hígado graso no alcohólico casi siempre padecen otras enfermedades como la diabetes, la obesidad, el colesterol alto, problemas con la arteria coronaria y obesidad.
La enfermedad de la vías biliares es otro generador, pues evita que la bilis fluya hacia el intestino delgado. La bilis se acumula en el hígado y hace que se inflame. Entre las patologías de la vía biliar más comunes se encuentran la colangitis esclerosante primaria y la cirrosis biliar primaria.
Ciertas condiciones genéticas pueden conducir a la cirrosis hepática. Entre ellas están la enfermedad de Wilson, la hemocromatosis, la enfermedad de almacenamiento de glucógeno, la alfa-1 antitripsina y la hepatitis autoinmune.
Síntomas de cirrosis hepática
Al inicio de la cirrosis hepática los pacientes no suelen experimentar síntomas, sino mientras ésta va avanzando. Es entonces cuando se presentan señales como debilidad y fatiga, pérdida de apetito, adelgazamiento, náuseas, vómitos, dolor e hinchazón abdominal.
También es posible notar como los vasos sanguíneos adquieren forma de araña en la superficie de la piel.
En estadio avanzado se comienzan a padecer síntomas más graves y a desencadenarse otras patologías como edemas, ascitis, hipertensión portal (aumento de presión sanguínea en la vena porta, la cual conecta los intestinos y el bazo con el hígado), moretones y hemorragias frecuentes. Igualmente, aparecen varices esofágicas y gastropatía, esplenomegalia, cálculos biliares, sensibilidad a los medicamentos y encefalopatía hepática.
La ictericia es un signo característico de los pacientes con cirrosis hepática avanzada. Esto ocurre cuando el hígado enfermo no elimina suficiente bilirrubina de la sangre, lo que hace que la piel y el blanco de los ojos tomen un color amarillento, así como un oscurecimiento de la orina.
La diabetes tipo 2 es otra patología asociada, pues se genera una resistencia a la insulina, lo que acaba provocando un exceso de glucosa en la sangre.
En los casos más severos, la cirrosis hepática conduce a un cáncer de hígado.
Diagnóstico de la enfermedad
Lo principal para detectar la cirrosis hepática es analizar el historial del paciente y verificar si hay factores de riesgo presentes. Posteriormente se confirma a través de exámenes físicos, pruebas de sangre e imágenes radiográficas.
Durante el examen abdominal, el hígado puede sentirse duro o agrandado con acumulación de líquido en la cavidad abdominal.
El médico puede observar el hígado directamente haciendo una laparoscopia, es decir introduciendo un instrumento que tiene una cámara que transmite imágenes a un monitor.
Tratamiento de la Cirrosis hepática
La cirrosis hepática no tiene cura, pues el daño en el hígado es irreversible. El tratamiento se enfoca en evitar o controlar las complicaciones derivadas.
Entre las medidas a tomar destaca la reducción del consumo de alcohol. De igual manera, es fundamental evitar la aparición de otras enfermedades, para poder combatir más fácilmente las infecciones que pudieran presentarse. Es necesario que los cirróticos se vacunen contra las hepatitis A y B, la gripe y la neumonía neumocócica.
La alimentación es vital. La dieta del paciente con cirrosis hepática debe ser rica en frutas, verduras y cereales. Pueden requerir suplementos vitamínicos (vitaminas A, D y K). También recomiendan bajar el consumo de sal para evitar la retención de líquidos. También se debe restringir la ingesta de proteínas para no desarrollar una encefalopatía hepática.
Deja un comentario