¿Qué tienen en común Natalie Imbruglia, Uma Thurman, Lily Allen, Brittany Snow y Sarah Michelle Gellar? Sí, se desenvuelven en el mundo de la farándula, pero hay algo más. Todas, en algún momento de sus vidas, han confesado haber sufrido de Trastorno dismórfico corporal o dismorfofobia.
Thurman, por ejemplo, ha dicho que durante años se sintió fea, gorda e inconforme con su altura, ojos y nariz, pero quien la haya visto en películas como “Mi superexnovia” (2006) o “Marido por sorpresa” (2008), sabe que, distinto a lo que ella piensa, es una mujer bella y seductora. Esa sensación de “fealdad” que ha experimentado, es la base de un trastorno que afecta a una de cada 50 personas, según estudios norteamericanos.
La dismorfofobia es una distorsión de la imagen, que se caracteriza por una mala valoración de anomalías o deformidades (imaginarias o mínimas) en una o varias zonas del cuerpo. Es una de las fobias más frecuentes y, según diversas investigaciones, 45% de los afectados centra sus desencantos en la nariz, peso, altura, glúteos, abdomen, pelo, senos, pies, manos, piernas y genitales.
En cuestión de sexo no hay diferencias. Hombres y mujeres pueden desarrollar dismorfofobia. Las primeras evidencias suelen aparecer a los 12 años y se asocian con los cambios físicos y hormonales de la pubertad. En situaciones no patológicas se puede extender hasta los 18 o 20 años, pero exista o no un diagnóstico, es vital el seguimiento médico. Sólo así se podrán evitar ataques de angustia y malestar que puedan debilitar la autoestima, generar desórdenes alimenticios, fomentar un deterioro funcional y, en situaciones extremas, promover prácticas suicidas.
La cirugía no es la solución
Conocedores del tema han mencionado que existe una dismorfofobia delirante, provocada por alteraciones cerebrales de origen genético, y otra neurótica que suele aparecer en individuos fóbicos, narcisistas, histriónicos o depresivos.
Para muchos la solución está en el quirófano. Se someten a cirugías que, en ocasiones, dejan resultados poco satisfactorios, y Thurman es ejemplo de ello. En febrero de 2015, cuando acudió a la premiere de “The slap”, en Nueva York, estaba irreconocible. Su necesidad por cambiar de aspecto, aparentemente la llevó a tomar medidas que han sido duramente cuestionadas. Aunque para entonces la actriz afirmara que su look se debía a efectos de maquillaje, varios medios insinuaron que había sido operada. Para varios de sus seguidores dejó de ser la hermosa rubia de rostro angelical de “La vida ante sus ojos” (2007).
tratamiento de la Dismorfofobia
La dismorfofobia altera la realidad. Los defectos están en la mente y no en el cuerpo. La persona se vuelve irracional y desestima los halagos de sus amigos, familiares o parejas. Influyen factores hereditarios, genéticos y culturales, así como la personalidad, complejos, emociones, presiones externas, malas relaciones interpersonales, posibles experiencias desvalorizantes y el estereotipo de “perfección” que ha fijado la industria de la belleza. Para el tratamiento, los especialistas sugieren la terapia cognitiva. A través de ella logran racionalizar los pensamientos negativos, contrastar al paciente con la realidad, manejar sus temores y mejorar la relación consigo mismo. En ocasiones se amerita farmacología, pero sin duda lo más importante para controlar la dismorfofobia, es el reconocimiento del problema y el acompañamiento médico y familiar.
La dismorfofobia es un trastorno de años
Fue el psiquiatra italiano Enrique Morselli quien describió, en 1886, este síndrome que entra en la clasificación de los trastornos somatomorfos que causan síntomas físicos, sin enfermedad orgánica comprobada. En la “familia” de estas patologías se hallan la hipocondría (preocupación por problemas graves de salud), somatización (aparición de numerosos malestares sin causa detectable), embarazo psicológico (desarrollo de todas las característica de la gestación sin que haya fecundación del óvulo) y trastornos por dolor y de conversión (respectivamente, surgimiento de dolor incapacitante y alteración del movimiento y funciones sensoriales).
Es cierto que la imagen debe cuidarse y mantenerse, pero cuando hay conductas excesivas hacia el uso de cosméticos, dietas, entrenamientos y cirugías, algo malo puede estar pasando. La detección oportuna de la dismorfofobia es esencial para prevenir decaimiento, autoculpa, soledad, insomnio, irritabilidad, anorexia, bulimia…
Se estima que 1.5% de la población mundial padece este trastorno y que 9% busca solución en las operaciones estéticas. Estas cifras podrían ser mayores, considerando que no todos los individuos reconocen los síntomas, ni acuden al psicólogo. Quienes lo hacen, generalmente son remitidos por cirujanos plásticos o dermatólogos, quienes sospechan de la presencia de dismorfofobia.
Vivir sin obsesiones
La dismorfofobia tiene una variante denominada dismorfofobia del olor. Quienes la padecen evitan a toda costa las relaciones personales por considerar que huelen mal. Algunos especialistas no la asocian con un trauma en concreto, sino con problemas patológicos de sudoración. Sin embargo, el seguimiento debe ser el mismo. Toda conducta que genere obsesión debe ser vigilada y tratada cuando sea necesario.
Lo fundamental aquí es entender que el concepto de belleza es algo relativo y que no debemos autocastigarnos queriendo ser algo que no somos. Intentar lucir bien y sentirnos mejor es totalmente válido, pero no hay que caer en obsesiones.
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