En todas las civilizaciones, incluyendo la nuestra, el hombre se ha sentido atraído por el agua y ha mantenido con ella relaciones ambivalentes y apasionadas, marcadas por el deseo y la repulsa, el amor y el odio.
El agua es símbolo de vida. Representa la pureza, así como la limpieza física y moral del ser humano, pero también puede ser insignia de muerte. “Enfurecida” se lleva todo a su paso, destruyendo bienes y hasta la propia vida.
Sin agua sencillamente no hay civilización ni ser vivo que pueda mantenerse. En torno a ella se han establecido normas de sobrevivencia y hábitos cotidianos que incluyen la alimentación, la higiene, la salud y la diversión. Sin embargo, hay quienes han desarrollado un fuerte pánico hacia esa que se halla represada en mares, lagos o represas.
Mientras algunos sueñan con soleadas playas para disfrutar del verano, por ejemplo, otros prefieren evitar esos y otros lugares donde el contacto con el agua es inevitable. Ese comportamiento de eludir sitios o situaciones que asomen la posibilidad de estar frente a piscinas o cauces profundos, se conoce como Hidrofobia y técnicamente se define como un miedo persistente, anormal e injustificado al agua o a nadar.
El afectado también puede sentir terror al agua que sale del grifo o a la de la tina, aunque sepa que esta no representa ninguna amenaza para su integridad. También puede mostrarse atormentado si alguien lo salpica, lo moja o lo sumerge en un cuerpo de agua poco profundo.
Síntomas de la hidrofobia
Las personas que padecen de hidrofobia viven evaluando los riesgos asociados con el entorno acuático y con sus propias reacciones cuando están en contacto con el agua.
La ansiedad se exterioriza a través de una serie de síntomas físicos, producto de esas señales de alerta que envía el sistema nervioso autónomo: pulso acelerado, palpitaciones, opresión en el pecho, obstrucción en la garganta, nudo en el estómago, desorientación, debilidad en los músculos de las piernas y de los brazos, transpiración, necesidad de orinar, mareos y diarrea. También se puede experimentar sensación de enfriamiento en todo el cuerpo, escalofríos, tos y fiebre alta; malestares que frecuentemente son provocados por la presencia de agua en la nariz o en las vías respiratorias.
Asimismo, pueden manifestarse sintomatologías emocionales como pensamientos irracionales y negativos (fracaso e impotencia), así como imágenes catastróficas y excesivas (hundimiento y ahogo), que conducen a un estado de pánico severo.
Son esas reacciones y no el líquido en sí, las que pueden causar daños importantes cuando se padece de hidrofobia. Un ataque de estrés no controlado puede ocasionar contracturas musculares y parálisis del movimiento, dos síntomas realmente perjudiciales, principalmente para las personas que experimentan este tipo de ataques cuando están dentro del agua.
La hidrofobia puede perturbar la respiración y aumentar el riesgo de tragar agua, con lo que se incrementa la sensación de pánico.
Hidrofobia ¿cómo se adquiere?
La hidrofobia como fobia situacional o de tipo ambiental, se manifiesta durante la infancia cuando aún no se poseen experiencias con entornos acuáticos, y es más frecuente en las mujeres.
En otros casos, es producto de una conducta aprendida. El haber vivido experiencias desagradables en el agua, estar presente durante episodios traumáticos de otras personas o haber recibido constante información sobre temores ajenos, son factores que pueden inducir la fobia.
Los adultos suelen transmitir y proyectar sus propios miedos a los niños y, como resultado, el chico desarrollará sus propios pensamientos irracionales y ansiedades ante cualquier sitio acuático o deporte que se practique en el agua.
Tratamiento de la hidrofobia
El tratamiento de este tipo de fobias ha experimentado grandes progresos, gracias a terapias cognitivas-conductuales.
Uno de los recursos metodológicos para superar la hidrofobia es el método Halte, un método progresivo que consta de tres etapas que corresponden a tres estadios decisivos en la lucha contra esta fobia: en primer lugar, adquirir seguridad en el agua poca profunda; posteriormente iniciarse en las técnicas de natación y, por último, controlar el miedo al agua profunda.
En la primera fase, el paciente realiza burbujas en el agua, aprende a respirar calmadamente mientras permanece en ella, adquiere habilidades para flotar, hacer el tonel, deslizarse en el agua y realizar el chapuzón de pato. Seguidamente, en el segundo ciclo del tratamiento, aprende nado de espalda, nado crol y nado braza.
Ya por último, para vencer el miedo al agua profunda, deberá nadar sentado, saltar, sumergirse y realizar un recorrido acuático completo, sin evidencias de malestares o temores.
La hidrofobia como cualquier otra fobia, puede compararse con unos barrotes sólidamente anclados en nuestro interior, que nos mantienen prisioneros de nuestras propias restricciones, y nos impide acceder a comportamientos sanos para nosotros y nuestros semejantes. Pero estos barrotes no podemos eliminarlos de golpe. Debemos derribarlos poco a poco y, para conseguirlo, la poción mágica es la poderosa mezcla de motivación y voluntad.