Muchas son las bacterias que se hallan en nuestro entorno y aunque no siempre resultan dañinas, sí hay algunas que pueden ser perjudiciales para la salud. La legionella destaca entre las más comunes, puesto que se encuentra naturalmente en el agua dulce, especialmente la que se concentra en altas temperaturas, ya sea en bañeras de hidromasaje, jacuzzis, aires acondicionados de gran tamaño y fuentes decorativas.
Aunque es poco probable que pueda propagarse cuando el fluido ha sido potabilizado, cuando nos ahogamos por error, se incrementa el riesgo de contagio. Este incómodo proceso suele ocurrir cuando tomamos el vital líquido rápidamente y pasa por la tráquea en vez del esófago, camino a los pulmones.
Los individuos que sufren complicaciones al tragar por factores relacionados con su organismo o fisionomía, son especialmente vulnerables ante una inhalación accidental. La buena noticia es que numerosos estudios confirman que no se infecta de persona a persona. Esto sólo se ha dado en casos extremadamente raros.
Este microorganismo se transmite a través del aire y no sólo está presente en el agua, también puede estar en la tierra.
La legionella debe su particular nombre a un hecho ocurrido en 1976, cuando se desató una epidemia entre los convocados a una convención estatal de la Legión Americana, razón por la cual se identificó como “enfermedad de los legionarios”. Poco tiempo después, la bacteria que produce esta afección fue denominada como Legionella pneumophila, y la patología en sí fue llamada legionelosis.
Este pequeño microbio se desarrolla además en aguas superficiales de lagos, riachuelos o espacios de agua estancada. La epidemia aparece habitualmente durante el verano o a comienzos del otoño, pero los brotes pueden suceder en cualquier época del año. Cerca de un 30% de quienes padecen legionelosis fallecen si no son tratados a tiempo.
Signos de una infección con legionella: Los síntomas
Quien padece la enfermedad del legionario desarrolla un tipo de neumonía con posteriores complicaciones en su estado más grave. Cuando ataca de forma leve, puede producir la Fiebre de Pontiac, cuyos síntomas son muy parecidos a los de la gripe. Consisten básicamente en tos, cefaleas constantes, ganas de vomitar y dolores musculares. Otros más raros pueden incluir: debilitamiento, inapetencia y, eventualmente, diarrea, lo que dificulta su diagnostico, en ocasiones.
Su tiempo de incubación en el cuerpo puede variar entre dos y diez días. No obstante su manifestación puede ser visible poco tiempo después, esto significa que quien haya sido expuesto a esta enfermedad debe estar atento a su estado de salud hasta por dos semanas.
Las personas en edades comprendidas entre 40 y 70 años son más susceptibles a contagiarse por la legionella, pero es tres veces más común en hombres que en mujeres, siendo los niños los menos propensos, según datos de la Organización Mundial de la Salud.
Sufrir de una enfermedad pulmonar crónica, tener un frágil sistema inmunitario o incurrir en hábitos como fumar, pueden aumentar las probabilidades de contraer la patología provocada por la legionella.
Diagnóstico oportuno de la legionella
Dado que la legionelosis causa síntomas parecidos al virus de la gripe y diversos tipos de neumonía bacteriana, las pesquisas deben ser exhaustivas, a través de exámenes de laboratorio muy precisos. Esto implica evaluar la flema del paciente, mediante un estudio llamado cultivo de esputo, para el que se le pedirá que tosa enérgicamente. También se debe realizar un examen de orina.
Las pruebas comunes de laboratorio no reconocen la bacteria legionella.
Otro procedimiento que podría requerirse, es una radiografía de tórax para detectar claramente la neumonía y verificar el tipo específico de bacteria que causó la enfermedad.
Contra la legionella: El tratamiento
La enfermedad del legionario puede poner en riesgo la vida de quien la contrae, pero con un tratamiento colocado a tiempo, es posible superarla, pues se erradican los brotes de legionella en el cuerpo.
Alrededor del 40% de los adultos saludables poseen anticuerpos que indican haber sido expuestos a la legionella en algún momento y la recuperación depende básicamente de los antibióticos.
La eritromicina y el levofloxacino son actualmente los fármacos sugeridos para tratar a los individuos que tienen la enfermedad del legionario. En los casos con mayores complicaciones, suelen asociarse con una dosis de rifampicina. En el mercado existen otras opciones para los pacientes que no soportan adecuadamente la eritromicina.
La prevención es lo ideal cuando hablamos de la bacteria legionella. Entre las recomendaciones destaca mantener un equilibrio en la temperatura del agua: para el agua fría, por debajo de los 20ºC, mientras que el agua caliente por encima de los 55ºC. Asimismo, es necesario evitar la acumulación de agua en las tuberías y abrir regularmente todas las tomas.
Es importante limpiar regularmente los filtradores de las duchas y grifos para que no se les pegue la cal o se oxiden. De igual forma, se debe considerar la colocación de un filtro para evitar la entrada de impurezas o la proliferación de bacterias que puedan adherirse a las cañerías. Es necesario chequear constantemente su estado de higiene.
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