Después de las fobias, las adicciones y la depresión, el Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) es la perturbación mental más frecuente en la sociedad. Las conductas o pensamientos asociados, intentan reducir la angustia ante situaciones que generan temor. El problema es que son tan exagerados, que incitan comportamientos repetitivos como lavarse las manos, rezar y contar u ordenar las cosas, en una acción desesperada por desaparecer los miedos, pero contrario a ello, agudizan una enfermedad que quebranta la estabilidad social y emocional.
Entre los trastornos más comunes está la misofobia o pánico a los gérmenes. Se dice que 2% de la población mundial la padece y que los primeros síntomas aparecen entre los 7 y 10 años de edad. La evidencia más significativa es la adopción de rituales metódicos que interfieren en la cotidianidad del individuo, y propician cuadros de ansiedad vinculados con patologías físicas que causan fatiga, palpitaciones, sudoración, dolor de cabeza y dificultades cardíacas o respiratorias.
Anormalidades cerebrales
Estudios han sugerido que la misofobia puede estar relacionada con anormalidades en la actividad cerebral, producto de alternaciones genéticas o secuelas de experiencias traumáticas severas. El pánico a la suciedad se torna tan incontrolable, que quienes lo experimentan asumen comportamientos extremistas para prevenir cualquier tipo de contagio.
Por lo general, los afectados por la misofobia se desinfectan las manos unas 40 veces por hora, se cambian la ropa entre tres y cinco veces al día, abusan del uso de productos de limpieza o se quitan los zapatos para entrar a la casa, pero a pesar de eso, siempre pensarán que nada de lo que hagan será suficiente para mantenerse alejados de las bacterias. Por ello, suelen vivir estresados y preocupados, y la mayor parte de su tiempo la dedican a reforzar la higiene de su entorno y el de su familia, llegando incluso a sobrepasar la barrera de las individualidades.
Sintomas de La misofobia, excede las manías
Es cierto que muchas personas son especialmente minuciosas con la higiene personal y doméstica, pero la diferencia entre ellas y las que padecen misofobia, es que éstas no toleran la inseguridad y la incertidumbre. Para ellas es fundamental saber si los objetos o lugares que frecuentan, podrían contagiarlos o no de alguna enfermedad asociada a los gérmenes. La necesidad de tener el control y el conocimiento de todo, los podría llevar a investigar, por ejemplo, sobre las bacterias que se acumulan en el pasamano de una escalera, o a utilizar guantes cuando se suban a los vagones del metro.
Sin embargo, lo peor de los diagnosticados con misofobia, es que a pesar de reconocer su condición, son muy pocos los que se atreven a buscar la ayuda de un especialista.
tratamiento de la Misofobia
Investigaciones han revelado que entre el 40 y 60% de los pacientes con misofobia han experimentado mejorías con el uso de antidepresivos y/o inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, que disminuyen la frecuencia e intensidad de los síntomas. Hay personas que no responden satisfactoriamente a este tipo de medicinas y otras que llegan a experimentar cambios importantes en su sexualidad (inhibición del orgasmo), pero quienes sí se ven favorecidos con ellas, deben mantener su ingesta para toda la vida. Interrumpirlas o dejarlas, representaría un retroceso en el tratamiento de la enfermedad.
Otro método empleado en los casos de misofobia es la Terapia de Exposición y Prevención de Respuesta (EPR). Su objetivo principal es lograr que el individuo enfrente sus miedos, ya sea de forma deliberada o voluntaria, para que pueda reducir la ansiedad que aparece como respuesta a las situaciones de peligro (real o imaginaria).
Con la EPR se trabajan las zonas del cerebro que envían las señales de alarma. El éxito se habrá conseguido cuando el afectado logre minimizar o erradicar por completo los comportamientos compulsivos que surgen al estar en contacto con los objetos o circunstancias que le generan temor. Para ello se coloca frente a imágenes, pensamientos y hechos que activan la ansiedad, para que así pueda prepararse para prevenir la respuesta.
En ciertas situaciones se suele combinar la EPR con psicoterapia para beneficiar el estado de ánimo del individuo con misofobia. No obstante, la efectividad de cualquier procedimiento dependerá del profesionalismo y pericia del terapeuta, y de la disposición que tenga la persona para ser tratada.
La relación de confianza es clave para el éxito
El paciente debe sentirse en plena libertad para actuar y expresarse, ya que se trata de su bienestar. El profesional, por su parte, debe recibir toda la información necesaria para realizar el diagnóstico y tratamiento de forma adecuada.
El paciente puede colaborar llevando un registro con su información personal, antecedentes de hechos traumáticos, cambios en los síntomas, medicamentos suministrados y dudas. En respuesta a ello, el especialista debe explicar todos los detalles acerca del método a emplear, los beneficios, la duración del tratamiento y los posibles efectos adversos.
Pese a ser una de las técnicas más efectivas, existen muchas posibilidades de que el individuo abandone la terapia si experimenta muchas recaídas. Para evitarlo, el terapeuta debe aclararle que la ansiedad no desaparecerá por completo. La meta es conseguir la flexibilidad psicológica necesaria para que la misofobia no interfiera en su vida, intereses y valores.
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