Uno de los analgésicos más utilizados a escala mundial es la morfina. Se trata de un polvo blanco, cristalino y soluble en agua, que se obtiene de la planta del opio (Papaver Somniferum), la cual se conoce popularmente como adormidera.
Es una sustancia de venta controlada que se emplea mayormente como anestesia y como tratamiento de la disnea vinculada al fracaso ventricular izquierdo agudo, y los dolores producidos por la isquemia miocárdica y el edema pulmonar.
Igualmente, se utiliza para ayudar a disminuir la adicción que pueden generar algunos estupefacientes como la cocaína y la heroína.
La morfina calma las dolencias postoperatorias, oncológicas y los ataques crónicos que no son aliviados por otros analgésicos.
Es considerada una presentación moderna y mejorada del opio, uno de los productos que más fue empleado en la antigüedad por su efecto sedante.
Forma de administración y dosis de la morfina
La morfina se administra generalmente de forma sulfatada con una jeringa y una solubilidad de 60 mg/mL.
Los pacientes también pueden consumirla por vía oral, mediante comprimidos, solución o cápsulas. Igualmente, por conducto parenteral (intramuscular, subcutánea, intratecal o epidural).
En sus inicios, se aplicaba únicamente por vía estomacal.
La dosis de morfina que debe suministrarse dependerá de la patología, la intensidad de la molestia y la respuesta orgánica de la persona ante las propiedades del fármaco.
Por vía oral, se recomiendan 30 mg cada cuatro horas. Por vía intramuscular, la cantidad máxima es de 20 mg, epidural 5 mg, intratecal 1 miligramo y rectal 20 mg.
En los niños, únicamente debe emplearse en situaciones muy específicas y en medidas restringidas, de acuerdo a su masa corporal.
En embarazadas solamente se administra cuando no existe otra alternativa. Es importante tomar en cuenta que esta sustancia se transmite a la leche materna, por lo que pudiera tener efectos sobre el bebé.
La sugerencia es a suspender inmediatamente la lactancia cuando la mujer deba someterse a un tratamiento con este analgésico, ya que su consumo puede ocasionar síndrome de abstinencia o dependencia física en el pequeño.
Pese a que la morfina continúa siendo uno de los analgésicos más eficaces para calmar los dolores penetrantes y persistentes, su uso ha ido disminuyendo con el paso de los años, debido a la creación de nuevas drogas sintéticas que son menos adictivas que la morfina, pero que igualmente garantizan los resultados esperados.
La estructura molecular de la morfina es C17H19NO3 y su nomenclatura IUPAC es (5α, 6α)-Didehidro-4,5-epoxi-17-metilmorfinan-3,6-diol.
efectos del uso de la morfina
La morfina puede generar varios efectos secundarios como vómito, náuseas, visión borrosa, somnolencia, mareos, desorientación, inestabilidad, sudoración, euforia y estreñimiento.
Igualmente, el individuo puede sufrir de problemas respiratorios, cambios en la presión arterial, resequedad en la boca, astenia, prurito o dependencia si su uso es muy extendido.
No es aconsejable emplear morfina en pacientes que sufren de asma, pancreatitis, alcoholismo, estreñimiento crónico, hipotensión, trastornos del riñón o hígado e hipotiroidismo, ya que puede agravar su estado de salud.
La utilización de la morfina no está indicado para las personas alérgicas, con presión intracraneal elevada, traumatismo craneal, deficiencia respiratoria, trastornos convulsivos, ni tampoco a niños menores de un año.
No se debe administrar a quienes vayan a ser sometidos a una intervención quirúrgica o a quienes tienen menos de 24 horas de haber salido de una operación.
Historia
La morfina surgió a principios del siglo XIX, cuando se recetaba opio, pero con fuertes dudas sobre la porción que era conveniente aplicar.
El farmaceuta alemán Friedrich W. A. Sertürner, se encargó de realizar un estudio sobre sus propiedades, logrando descubrir y aislar el principio activo de la morfina.
Para hacerlo, intentó disolver el opio en un ácido y posteriormente lo disminuyó con amoníaco, consiguiendo obtener unos cristales de color gris, los cuales probó en gatos para comprobar su poder hipnótico (sueño).
Tiempo después, Friedrich W. A. Sertürner decidió experimentarla sobre él mismo, valiéndose de un dolor de muelas. Al consumir la insulina, cayó profundamente dormido por ocho horas. Al despertar, se dio cuenta de que no tenía ninguna molestia y que el compuesto que por tantos meses había investigado, sí generaba efectos calmantes.
Comenzó a venderse en el año 1817, bajo la premisa de que podía combatir adicciones como el alcohol y el mismo opio. Sin embargo, luego de unos años se descubrió que esta sustancia generaba aún más dependencia que estos productos.
En el año 1831, Sertürner recibió el premio Monthyon de la Académie des Sciences de París, luego de haber comprobado la naturaleza alcalina de la morfina.
Gracias a que producía somnolencia, quiso bautizar la sustancia con el nombre de morfina, en honor al Dios del sueño, Morfeo.
El gran auge se dio durante los períodos de guerra, a principios de 1900. Cincuenta años más tarde se logró su síntesis química y sus distintos derivados.
Deja un comentario