Las fobias representan ese miedo irracional y sin sentido a determinados objetos o situaciones. La necrofobia, en particular, es el temor a todo lo relacionado con la muerte. Las personas afectadas con necrofobia experimentan ansiedad intensa, temblores, nauseas, sudoración y ataques de pánico cuando ven un cadáver, transitan cerca de un cementerio, asisten a una funeral o se encuentran con un automóvil fúnebre. Aunque el fallecimiento es un acontecimiento natural, cualquier hecho vinculado con esa circunstancia, les desata síntomas que son incontrolables.
Un paciente con necrofobia tiembla solo de pensar que por donde camina hay cadáveres enterrados, por lo que es muy difícil que acuda a una iglesia en la que existan criptas o mausoleos. Mucho menos asistirá al sepelio de un amigo o familiar en el que obligatoriamente estará en contacto con lápidas o ataúdes. La afectación puede ser tan arraigada, que hay personas que sienten temor hasta cuando observan restos de animales.
Salud en peligro
El miedo irracional que desata la necrofobia genera una ansiedad permanente, pues no se trata de una simple preocupación sobre el momento de la muerte, lo que les espera en el más allá o lo que será de sus familiares y seres queridos cuando no estén. Los enfermos de necrofobia se torturan continuamente pensando en la muerte y la forma en la que morirán tanto ellos, como sus conocidos o parientes. Una mínima enfermedad que pudiera debilitar su calidad de vida o la de alguien a su alrededor, les provoca una angustia que no pueden dominar y que, en ocasiones, afecta su desempeño diario.
Su ritmo cardíaco se torna irregular y sube constantemente, empiezan a sudar, se les seca la boca y presentan dificultad para respirar. Estos síntomas son indicios de un ataque de pánico, una de las consecuencias más graves de la necrofobia.
El insomnio también es frecuente, pues los pensamientos no los dejan dormir. Esto acarrea serias dificultades de aprendizaje, concentración y atención, con lo cual se ve afectado el desempeño laboral y estudiantil.
La Necrofobia No es tanatofobia
A menudo, la necrofobia se suele confundir con la tanatofobia, que define el miedo absurdo e ilógico a morir. Incluso, los dos términos se tienden a emplear como sinónimos, pues ambos trastornos comparten varios de las causas y factores desencadenantes; sin embargo, hay que destacar que son dos fobias distintas.
La tanatofobia es el miedo específico a su propia muerte. Estas personas pueden experimentar también necrofobia, y los síntomas y tratamientos suelen ser similares.
Por lo general, los pacientes con necrofobia sienten miedo a salir de casa por el temor a encontrar seres muertos, presenciar un ataque violento o sexual, y experimentan ataques de angustia al verse en espacios altos, cerrados u oscuros. Todo para ellos puede resultar tenebroso y eso los desespera.
El origen del temor
Existen casos documentados de individuos que han desarrollado necrofobia luego de ver a alguien morir (o al presenciar la ejecución de un animal), tras asistir a un funeral o después de haber presenciado un hecho traumático. La constante exposición a películas o relatos impactantes sobre la muerte, también figura como desencadenante.
Aunque la mayoría de las veces se manifiesta en la edad adulta, comienza a desarrollarse en la niñez, por lo que se considera necesario que los padres ayuden a los niños a superar la pérdida de un ser querido y que respondan adecuadamente a sus preguntas sobre la muerte.
Es una mala idea, por ejemplo, obligar a un pequeño a asistir a un funeral y que vea el cadáver o el ataúd abierto. Esto suele impresionarlos demasiado.
En la actualidad muy poco se acostumbra a preparar el cuerpo y velar en casa a los fallecidos, pero si sucede, se deben tomar medidas especiales con los infantes, y explicarles con sutiliza lo que ocurre para evitarles traumas a futuro. De cualquier manera, lo más importante es solicitar apoyo cuando sea necesario.
Tratamiento para la necrofobia
Como no hay una causa concreta para la necrofobia, tampoco existe un tratamiento específico aplicable a todas las personas afectadas, sino que depende de cada paciente. No obstante, los terapeutas suelen utilizar una serie de técnicas como la terapia de desensibilización, en la que se expone gradualmente al individuo a las cosas o circunstancias a las que les teme, para así pueda ir reduciendo sus temores y, por ende, los síntomas asociados.
Otra de las técnicas aplicadas es la terapia cognitivo-conductual, que le ayuda a controlar los pensamientos y a cambiar las reacciones usuales ante eso que tanto miedo le produce. También se pueden prescribir fármacos superansiolíticos o antidepresivos, los cuales pueden disminuir los síntomas provocados por el pánico. Sea cual sea el método a implementar, lo más importante es que sea bajo la supervisión de un especialista. Conviene comenzar las terapias a la brevedad posible para evitar prolongar ciertos malestares físicos que pueden desencadenar patologías orgánicas difíciles de tratar.
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