El Síndrome de Estocolmo es un estado psicológico que se manifiesta, generalmente, en personas que han sido secuestradas y desarrollan un vínculo de afinidad y simpatía hacia uno o varios de sus captores. Pero no solo se ve en casos de rapto, también se evidencia en individuos que han sufrido maltrato, abuso e incesto.
Las reacciones emocionales de los afectados hacia sus victimarios, son inconscientes y, según los especialistas, responden al estado de vulnerabilidad al que se ven sometidos. Son un mecanismo de defensa que a la larga los lleva a identificarse con el provocador y, en ocasiones, a colaborar con sus actos delictivos.
El Síndrome de Estocolmo puede aparecer durante o después del hecho traumático y quienes lo padecen, tienden a demostrar un sentimiento de compasión y gratitud hacia los represores, hasta el punto de adoptar ciertas actitudes o acciones de poder que los caracterizan. Sienten afecto por ellos, les retribuyen el haberlos dejado vivir y recuerdan con estima a aquellos que tuvieron gestos amables. Tanta piedad, compasión, complicidad y entendimiento por parte del agraviado, hace que quienes lo rodean piensen que está “loco” o “enfermo”.
Origen del Síndrome de Estocolmo
Psicólogos explican que el Síndrome de Estocolmo se trata, básicamente, de la afinidad que se establece con uno o varios agresores. Suele aparecer en el transcurso de los días, cuando el individuo pasa muchas horas aislado y sólo mantiene contacto con el transgresor. Es un método de supervivencia, una manera de conservar el dominio de la situación y, de cierta forma, un recurso para no sentir las agresiones y poder sobrellevar las amenazas.
Hay dos casos emblemáticos por el cual el Síndrome de Estocolmo fue identificado. El 23 de agosto de 1973, ocurrió un secuestro en la ciudad de Estocolmo, Suecia, donde Jan Erick Olsson, un presidiario de permiso, entró al banco Kreditbanken de Norrmalmstorg para robar y fue descubierto por dos oficiales de la policía. El delincuente había tomado a tres rehenes y exigido tres millones de coronas suecas, un vehículo y dos armas. El Gobierno no tuvo otra opción que colaborar y aceptar el ingreso al lugar de Clarck Olofsson, un amigo del maleante.
Una de las prisioneras, Kristin Ehnmark, tenía miedo de que se desatara una acción policial fatal, pero a pesar de ello, llegó a resistirse a un posible rescate porque, aseguraba, que se sentía resguardada por los captores. Después de seis días de aprehensión, ella y los otros privados de libertad, protegieron a los hombres. Tanto fue el apego de Kristin hacia uno de los antisociales, que cuando la soltaron, ella le dio un beso en la boca y se comprometieron en matrimonio; un suceso inédito reseñado por medios de la época.
A raíz de este acontecimiento, el criminólogo y psicólogo Nils Bejerot, colaborador de la policía durante el hurto, identificó ese vínculo entre víctima y victimario como Síndrome de Estocolmo.
Un año después, en 1974, fue secuestrada Patricia Hearst, hija del magnate de la prensa Randolph Hearst, por el Ejército de Liberación Simbionés. Al enamorarse de uno de sus apresadores, se unió al grupo de revolucionarios, llegando a participar en actos criminales. Tiempo después fue detenida, sentenciada y luego indultada.
vulnerabilidad
Quienes lo han estudiado, aseguran que este trastorno surge en personas que han sido víctimas de abuso porque tanto ellas como el autor del hecho, tienen un objetivo en común: salir ilesos de la situación.
Muchos de ellos han sentenciado que el Síndrome de Estocolmo es un fenómeno psicopatológico que carece de diagnóstico propio, por lo que no representa concretamente un “síndrome”, sino un estado psicológico; una respuesta emocional frente al estado de indefensión que produce el cautiverio, y que hace que el secuestrado se alegre porque “le perdonaron la vida” y “lo trataron bien”.
Generalmente se habla del Síndrome de Estocolmo en casos de secuestro, pero también se ha detectado en individuos que por distintas razones no han podido escapar de un sometimiento. Por ejemplo, muchas mujeres que han sido o son maltratadas por su pareja, no pueden ni quieren terminar con esa relación porque la “quieren” y la justifican tanto, que forjan un lazo afectivo difícil de romper.
Hay indicios
El principal indicativo de esta condición, es la identificación positiva que desarrolla el afectado por su agresor. Para que haya Síndrome de Estocolmo, es fundamental que el paciente no se sienta agredido ni violentado, que reconozca en los agresores elementos positivos que argumenten sus acciones y que las manifestaciones de agradecimiento perduren en el tiempo.
La mayoría de las personas que son atendidas y estudiadas, son tratadas por un psiquiatra y/o psicólogo, especialista en psicología clínica, quien tienden a establecer un diagnostico de Trastorno de Estrés Postraumático (Tept), lo cual no es acertado, ya que a diferencia del Síndrome de Estocolmo, éste si genera temor, angustia y pánico por el episodio vivido.
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